Hay seres que odian los cuerpos y se preguntan ¿Qué hacemos vivos si nos creemos mortales? Entre tantas mentiras y engaños, seres incapaces, odiando sus cuerpos, intocable, como un lobo salvaje, tan salvaje que muestran sus colmillos, que de tarascada, van rompiendo el mismo cuerpo que con las manos sencillas, tibias y fugaces, formaron.
Rompen vínculos, articulaciones, tu misma carne, pero no rompes lo que queda, por el simple hecho, de no ser capaz de tocar con las mimas manos, el alma.
Se envuelven en sus cuerpo para no construir su alma, para no tocarla y destrozarla como los lobos de sus colmillos, dejando cuerpos fríos, solitarios en un intermitente ataque siniestro, feroz, hasta cumplir lo que está sentenciado, por su naturaleza, que predomina hasta destruir la última arista de sus cuerpos, pero incapaz de tocar el alma.
Por Gerardo González