Vivir para contar

Naky Soto

Naky Soto
Naky Soto nació un 16 de Marzo siendo la más pequeña de sus hermanos, es escritora y vive en Caracas. Sorbo de letras decidió entrevistar a una mujer llena de talento y amor por las letras. Conocerla es saber que quien escribe, habla y camina en su cuerpo es un corazón gigante dispuesto a dejar el mundo mejor de lo que lo encontró.
¿Por qué dices que eres una optimista compulsiva?

Estimo que la mayoría tiene un rasgo imperativo en el carácter, un rasgo inevitable, eso es el optimismo en mí: la esperanza latente por lo que hago, por quienes conozco, que en un entorno como el caraqueño, puede vibrar incluso por llegar a casa sin rasguños.

Trabajo con programas de formación para beneficiarios que continuamente rotan, esa es una fuente inagotable de entusiasmo, porque aprender algo que deseas, garantiza otra aproximación a la experiencia. La disposición al aprendizaje elegido es diferente, y se expresa en la curiosidad del participante, su anecdotario, la asociatividad que logra entre lo que ya conoce y lo que está aprendiendo.

La primera vez que escuché el concepto de sensei (el que aprendió antes que tú), me conmovió. La maestría se asocia entonces a la práctica, a la continuidad que le des a lo aprendido, es una mezcla noble de erudición con sabiduría, donde la segunda suele darle tres coquitos a la primera. Enseñar es un privilegio, una responsabilidad enorme, pero cargada de muchas satisfacciones, y así, el optimismo adquiere rostros e historias, se sostiene por los que aún no conoces, pero igual merecen tu mejor versión.

 Escribes con todos tus sentidos ¿cuál de ellos predomina a la hora de querer plasmar pensamientos en una hoja en blanco?

Escribir rescata un poco de cada sentido, pero privilegiaré el tacto. Me gusta tocar el papel una vez impreso, por eso aún hago mis borradores a lápiz y luego transcribo. Ese círculo se cierra cuando toco a quien dedico cada historia. Me seduce el lenguaje corporal, el valor de la proxémica de otros, que muchas veces sin palabras te dicen sopotocientas cosas.

 ¿Cómo combates la rutina y el caos del día a día además de con tus escritos?

Haciéndome cargo de la vida de otros. No sólo saco historias y escucho, sino que también me da por organizar sus madejas mientras lidio con mis nudos.

 Crecí con Zenaida Margarita, una nana importada de la Península de Araya que entiende la vida a través de la música. Aprendí a “hacer oficio” cantando piezas de Camilo Sesto y Los corraleros de Majagual, por lo que, limpiar, cocinar, fregar, ordenar, son tareas tan obligatorias como divertidas. La ventaja de la tecnología es que puedes crear muchas rockolas cada día. Así, hasta el caos es comprensible y lo rutinario, una ventaja para hacer lo que debes, con buen humor.

¿Qué elementos de tu infancia te convirtieron en la Naky Soto que hoy en día conocemos?

Soy la más pequeña de mi familia, lo que supone igual capacidad para ser mandada como consentida. Agarré a mis padres más adultos, así que crecí con menos prejuicios de género y otras libertades para mis disparates. Tenía muy poco tiempo para ver televisión, así que la lectura, hablar sola, y jugar con un saco repleto de peroles eran mis ejercicios habituales, con mi hermana a veces, sola otras tantas.

Vi boxeo, películas de acción y guerra desde muy pequeña. Yo era una especie de corroncho en las piernas de mi papá. Mi primer amor imaginario fue Clint Eastwood y preferí acabar con mis rodillas en una patineta, aun llevando una muñeca en mi braga, que intentar maquillarme y hacerlo mal. 

Fui una niña amada, y hasta el regaño más fervoroso, supuso siempre respeto a mis explicaciones e inventos.

 ¿Qué recuerdos tienes de los primeros libros que tuviste en tus manos?

Que podía pintar todos los dibujos que traían sin pedirle permiso a nadie. También, cuando aprendí a leer en silencio, supe que los libros podían «sonar» dentro de mí. Lo más lindo de los primeros libros es que, como van abriendo un mundo nuevo, debes asociar los primeros personajes a la gente que ya conocías y amabas en tu pequeño mundo. Mi único tío catire, Othar, solía ser un héroe que compartía preseas con mi papá; y no había mujer más bella que mi madre, ni amiga más fiel que mi hermana. Solía crear otros finales, que a veces escribía en la tapa de la contraportada.

La mayoría de esos libros servían para leer, y con ello dormir, a mi familia; una historia que alguna vez narré en un post llamado «Mis únicos veintes».

 ¿Alguna rutina para llenar la hoja?

Soy caótica, tengo muy pocas rutinas y suelo alterarlas con facilidad. Antes de la hoja, debo llenar mi interés, lo que me conecta con las personas sobre las que escribiré. Muchas veces les dejo reposar en mis libretas de colores, y vuelvo a ellas al tiempo. Primero está la gente, el verbo necesita de rostros y emociones.

¿Qué consejos le regalas a un joven escritor? 

Salgan a la calle. Siéntense en lugares con tránsito. Vean, escuchen, asocien, anoten. Comiencen por el papel y luego salten al teclado, pues Internet es una inmensa caja de arena para probar sus historias, para saber lo que otros entienden de sus líneas. Y vuelta a empezar: salgan a la calle.

Para leer sus escritos: zaperoqueando.blogspot.com.

Por Eumedina

@Eumedina

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