Uncategorized

Inédito:El mundo que no se alcanza

Texto inédito de la próxima novela  de Valentina Saa Carbonell.

 El sonido de un domingo es inconfundible. Los ruidos de ese último o primer día de la semana, según se vea, son diferentes a los otros. Son menos, pero existen y de una manera que nos hace recordar que es domingo.

Un domingo suena, a veces, a campanas, pero también a un pentagrama compuesto de ruidos menores sin llegar a ser un silencio. Un domingo suena, también, al tintineo de vasos con hielos, a breves risas, a susurros, a chasquidos de labios prófugos.

Un domingo también huele distinto. Huele a carbones que se van blanqueando a merced de esa braza que les quema el alma. O también puede oler a un guiso que se cuelga en las agujas del reloj por mucho tiempo, borboteando en el tic-tac, acompañando a una aguja que no tiene prisa, pero tampoco se quiere demorar .

Un domingo se ve envuelto en un aura que lleva y trae a paseantes, o simplemente al viento que se levanta, con alguna hoja o se queda a ras de suelo, bañado de un vaho, del sudor de una planta, de la lluvia rezagada en una nube que apenas vemos.

Un domingo, a veces, puede saber a libertad, o puede tener el amargo de la angustia, de las páginas cargadas de recuerdos, de esas bebidas que nunca hemos probado y sin embargo nos han embriagado hasta un límite mortal.

Un domingo puede ser suave, como una llovizna que cae y que forma una cortina. Puede ser rudo como un día de sol, cuando el calor te impide respirar o, refrescante, como un aguacero que se revienta entre nubes con trazos de rayos, luces, bramidos y el agua que no cesa, que forma ríos, lagos, que inunda, que hace viento, fuerte, que mece árboles y rompe sus ramas. Viento que se lleva algunos olores menos el de la tierra mojada.

Un domingo es la vigilia del plomo que a veces significa el comienzo de la rutina, y a veces puede ser la misma rutina envuelta en un bostezo, en cansancio, en una mente cargada de recuerdos.

Un domingo puede ser los pasos por un césped, que cruje al pisarlo, que se inclina para levantarse, lentamente, luego de la pisada. O unos pasos que forman un sonido difícil de pronunciar, en la arena, sobre todo porque el murmullo de las olas lo apacigua.

Así puede ser un domingo. Un domingo desde cualquier lugar, desde donde se esté. Aquí, allá, en otro plano.

Un pensamiento en “Inédito:El mundo que no se alcanza

Deja un comentario